Recogiendo los pedazos
- Leandro Costa
- 26 feb
- 10 Min. de lectura

La sabiduría de los antepasados se puede observar en su cultura y tal legado debe ser siempre invocado, pues mitos, fábulas, obras de ficción o incluso pensamientos no servirían de nada si no fuera para dar a las civilizaciones posteriores formas de asimilar el conocimiento sin tener la experiencia a veces dañina que vivieron sus antepasados. En el siglo XXI, la defensa de los regímenes totalitarios, especialmente del socialismo, causa gran asombro, ya que el siglo anterior debería haber servido de experiencia para que la humanidad rechazara de inmediato la idea de que tales regímenes siquiera existieran.
El nazismo y el fascismo, merecidamente, fueron puestos en el lugar que les correspondía, el recordatorio de lo que pretendían evitar, sin embargo, el socialismo, más amplio y adaptable, logra sobrevivir en el imaginario de los locos revolucionarios y, peor aún, contaminar a gran parte de los incautos. Está claro que el nazismo y el socialismo mencionados son los verdaderos, y no incluyen esa falsa etiqueta que los revolucionarios pretenden poner a todo aquel que se oponga a su nefasta intención.
El movimiento revolucionario, que pretende distorsionar la realidad de manera autoritaria y pretendidamente colectivista, es el embrión del socialismo que, por su adaptabilidad, dio origen al comunismo, al nazismo y al fascismo. Sin embargo, ante el fracaso de estos dos últimos, intentó trasladarlos al espectro opuesto, creando la frágil pero constantemente reafirmada narrativa de que tales ideologías colectivistas estarían en el espectro político que valora la libertad individual y el mantenimiento de las tradiciones, lo que sería un contrasentido, dada la necesidad revolucionaria de romper totalmente con el statu quo.
La historia nos enseña según lo vivido y los mitos sirven para dar ejemplos incluso cuando se trata de una experiencia hipotética, como en el caso de las reconocidas obras 1984 y Rebelión en la granja de George Orwell, en la que el autor británico presenta dos experiencias ficticias para ilustrar la vigilancia exacerbada de los regímenes totalitarios y cómo la élite revolucionaria, al ocupar posiciones de poder, tiende a volverse tiránica, considerándose más que los demás.
Por eso, siempre es importante buscar aprender del legado de quienes nos antecedieron, ya sea a través de experiencias vividas o de relatos que presentan hipótesis. Los ideales revolucionarios deben ser rechazados sin demora por la sociedad actual, en base a ambas fuentes, ya que el nazismo, el fascismo y el socialismo han demostrado ser errores que no debemos repetir. En el caso del socialismo, todavía es posible que se lo considere un mal que aún persiste, por lo que la desaprobación de tales regímenes debería ser una regla. Por otra parte, obras como las mencionadas anteriormente nos dan base argumentativa más que suficiente para resistir tales ideologías, dado que la simple imaginación de un mundo dominado por el totalitarismo colectivista revolucionario debe ser vista como una advertencia del peligro que tales regímenes representan.
La supervivencia humana y sus valores dependen de factores que no son superficialmente perceptibles, y a veces es necesario retroceder ante un mal que no se puede afrontar por el momento, so pena de no poder defender ya aquello en lo que se cree. El martirio es ciertamente grandioso y debe ser visto como una forma irrevocable de defensa de los valores. Sin embargo, el mártir temerario, que se sacrifica sin necesidad real, no obtendrá la gloria de su sacrificio, sino la pérdida de su vano esfuerzo.
Aunque los ideales de quien se enfrenta a un enemigo más fuerte sean nobles, si lo hace irreflexivamente sufrirá una derrota infructuosa, no siendo su martirio más que un suicidio insensato, evidentemente sin el reproche que se pretende para quien renunció deliberadamente al don de la vida debido a la debilidad, en cuyo caso el pecado es innegable. El llamado suicidio insensato es en realidad un vano intento de hacerse un nombre en la historia mediante un martirio inútil.
En la mitología griega existe el mito de Tifón, quizás la criatura más fuerte y feroz de todos los cuentos de esa civilización, que a pesar de presentar diferentes versiones, enseña que hay males que no se pueden enfrentar de frente, siendo necesario dar un paso atrás y analizar qué hacer antes de combatirlo.
Antes de la creación de tal bestia mitológica, los dioses del Olimpo, liderados por Zeus, se enfrentaron a la generación que les precedió, los Titanes. La guerra entre los aliados de Cronos, líder de los Titanes, y sus descendientes se conoció como Titanomaquia. Según la leyenda, los dioses del monte Olimpo y los Titanes del monte Ortis lucharon durante aproximadamente diez años y, al final, los olímpicos salieron victoriosos.
Los hijos del titán Cronos, ahora reinando sobre el universo, se dividieron los cielos, los mares y el inframundo entre ellos, convirtiéndose en sus respectivos señores, Zeus, Poseidón y Hades, dejando al que recibió los cielos como su dominio reinar sobre todos los demás dioses, ocupando así el trono del monte Olimpo. Zeus se había convertido en señor de los dioses y confinó a los Titanes en el Tártaro, un lugar debajo del inframundo al que sólo eran enviados aquellos que merecían un castigo más allá de la vida.
Tártaro es el nombre de un dios primordial y también del lugar donde se aplican los castigos a los condenados, al igual que Hades que da su nombre al inframundo y a la deidad que lo gobierna, Tártaro también puede usarse en ambos sentidos. Descontenta con el destino de sus hijos, los Titanes, Gea decidió vengarse de los Olímpicos, especialmente de su nieto Zeus, teniendo un hijo con el dios primordial Tártaro, señor de las tierras donde fueron arrojados los Titanes.
De la unión entre Gea y Tártaro surgió la criatura más feroz y fuerte que pudieron concebir. Tifón era una figura tan devastadora que permaneció encerrado en los dominios de su padre hasta que tuvo fuerzas suficientes para llevar a cabo los designios de su vengativa madre. El mito lo describe como una figura monstruosa capaz de intimidar incluso a los dioses del Olimpo, pues dice que sobre sus hombros había cien cabezas de serpiente, sus brazos tocaban el oeste y el este y era tan alto que tocaba las estrellas.
La primera lección del mito de Tifón puede considerarse como la preparación del mal, en la que la criatura, aunque monstruosa y de proporciones colosales, permanece oculta a los ojos de sus enemigos hasta que tiene la fuerza suficiente para destronarlos, de modo que podemos aprender que el verdadero mal acechará hasta que se considere capaz de someter a sus oponentes. Los regímenes totalitarios, por regla general, tratan de ocultar su naturaleza autoritaria hasta que pueden obligar a los individuos a doblegarse a su voluntad, por lo que sus agentes han tratado de imprimir una narrativa de que están luchando contra la dictadura o el imperialismo hasta que se sienten seguros y avanzan en las libertades del pueblo.
Los falsos defensores de la democracia que quisieron implantar una dictadura que, también falsamente, decía ser del proletariado, cuando, en verdad, era de una élite socialista que nada tiene que ver con la clase trabajadora, utilizando solo el cliché de luchar por los oprimidos para ganar fuerza política. Esto es lo que hacen los defensores de agendas identitarias, a quienes no les importan los deseos esquizofrénicos de sus hordas, sino que los utilizan para ganar poder y los abandonan tan pronto como se dan cuenta de que dicha secta ha perdido su utilidad.
Cuando Tifón emerge del Tártaro, esta criatura ya está en condiciones de enfrentarse a los Olímpicos, no teniéndose la oportunidad de cortar el mal de raíz, dado que estos desconocían la existencia de tan gran mal. Así como algunas fuerzas que fueron creadas en secreto, a veces negadas en su existencia luego de que alguien las denunciara, como el Foro de São Paulo, tan pronto como alcanzó el nivel que le permite usar el poder, se asumirá como la naturalidad de quien nunca negó su existencia, enorgulleciéndose de su naturaleza que un día fue encubierta por ser algo abyecto, pero que, dada la fuerza que ganó en la oscuridad, puede silenciar a cualquiera que se levante a combatirla.
Cuando finalmente Tifón se dirige al Monte Olimpo, hogar de sus enemigos, los dioses, asustados por la amenazante figura, huyen a tierras lejanas, dejando sólo a Zeus, Atenea y Dioniso, sin embargo, hay versiones en las que el último de ellos también abandona el Olimpo junto con los demás dioses. No viene al caso discutir si Dioniso se fue o se quedó, ya que en ninguna de las dos versiones se opone a la criatura, aunque en la versión en la que permaneció en el Olimpo, Dioniso simplemente sobrevivió sin defender a los dioses, y por tanto dejó de ser un problema para Tifón.
Atenea, que según el mito era demasiado intrépida para abandonar el Olimpo, no hizo nada para enfrentarse a la bestia, dejando a Zeus luchando solo en defensa de su trono. Sin embargo, en el primer enfrentamiento, Tifón salió victorioso, resistiendo el rayo del señor del Olimpo y descuartizándolo como forma de castigo y, principalmente, para establecer su dominio, reinando así sobre todas las cosas. La criatura era invencible y nadie más que Zeus era capaz de hacerle frente, pero el señor de los dioses estaba sin su poderoso rayo y desmembrado, por lo tanto incapaz de enfrentarse a tan poderoso mal.
Hay diferentes versiones que atribuyen esta hazaña a Cadmo, sin embargo, la mayoría de los autores atribuyen el rescate del rayo y de los miembros del señor del Olimpo al dios Hermes, mensajero de los olímpicos. Según el mito, en la versión que vamos a considerar, el dios mensajero huyó con sus iguales a tierras lejanas, inicialmente Egipto, dejando a Zeus solo para enfrentarse a la temida criatura. Sin embargo, Hermes utilizó una artimaña a favor de los olímpicos, huyendo primero y solo después rescatando los restos de Zeus, así como el poderoso rayo, dándole al señor del Olimpo la oportunidad de vengarse de su verdugo.
Si no fuera por la perspicacia de Hermes, los olímpicos habrían sido derrotados y Tifón se habría convertido en el señor del mundo, reinando sobre todas las cosas, dado que, según el mito, era una bestia imposible de enfrentar. Fue el dios mensajero quien realmente dio a los dioses olímpicos la oportunidad, a través de la fuerza de Zeus, de enfrentarse una vez más a la feroz criatura y, usando astucia, derrotarla.
Hermes, al igual que los demás dioses, podría ser tratado en el mito como un cobarde que, en presencia de Tifón, prefirió la huida a la confrontación, permitiendo que el mal ganara al principio. A riesgo de ser tachado de débil que huye del mal en lugar de enfrentarse a él, el dios mensajero abandonó su hogar cabizbajo, como un débil ante la desolación. Sin embargo, la valiente Atenea no hizo más que incitar a su padre a enfrentarse al monstruo, manteniendo la postura de quien no retrocede ante el mal, aunque en realidad no haya hecho nada.
Al reunir los fragmentos del más poderoso de los dioses olímpicos, es decir, los miembros y el rayo de Zeus, Hermes había salvado a sus semejantes de la destrucción o la sumisión, pues sabía cuándo retirarse para actuar cuando llegase el momento oportuno. Demostrando una gran sabiduría, Hermes esperó a que el mal triunfase para derrocarlo sin que el propio dios tuviese que blandir la espada, rescatando únicamente a aquel que, aunque destruido, podía derrotar a Tifón en batalla.
Otro punto del mito de Tifón que no es pacífico trata sobre la forma en que Zeus vence a tal criatura, pues, para algunos, el señor del Olimpo vence a la bestia usando la fuerza de sus rayos, sin embargo, existe una versión que señala que el maestro de los olímpicos contaba con la ayuda de las Parcas, criaturas que controlaban el destino de los hombres y las deidades, involucrándose rara vez en enfrentamientos de cualquier naturaleza, ya que su neutralidad era necesaria para que el destino no se doblegara ante los deseos de nadie. Cualquier similitud con un Poder Judicial pasivo y alejado de las cuestiones políticas no es mera coincidencia, no debe confundirse la intromisión de las Parcas con una actuación parcial, o incluso pasional, de un Poder u órgano que debería permanecer inerte, bajo la pretensión de que estaría “salvando la democracia”, porque como se sabe, las Parcas no desequilibraban el destino cuando había una lucha natural entre titanes y dioses por el poder, sólo lo hacían cuando el usurpador era una bestia que ni siquiera debía reclamar el trono. Como si el Poder Judicial o las Fuerzas Armadas actuaran contra la dictadura que se instaló en Venezuela por la fuerza, en cuyo caso una reacción estaría justificada, dado que la llamada ruptura institucional ya se había producido.
En la versión en la que Zeus cuenta con la ayuda de las Parcas, estas criaturas ofrecen manzanas envenenadas a Tifón, cuyo poder se reduce considerablemente, permitiendo así a Zeus derrotarlo en un enfrentamiento directo. Así, con la perspicacia de Hermes y la ayuda externa de las Parcas, el señor del Olimpo tuvo la oportunidad de derrotar a la bestia y recuperar el trono de los dioses.
Tifón fue encarcelado en el monte Etna, en Sicilia, y se atribuye la lava de ese volcán a su furia.
La segunda lección del mito de Tifón es que, en ocasiones, aquel que parece acobardarse, como hizo Hermes, simplemente se está replegando para pensar en un contraataque, pensando en una medida futura que podría ser más efectiva que un simple ataque temerario. Por tanto, el dios mensajero no puede ser tratado como un cobarde, sino como un estratega que gana tiempo y regresa en el futuro para derrotar al mal que parecía invencible en un principio.
Por otra parte, Atenea, que asumió una postura valiente, no hizo más que emular un heroísmo vacío que en nada ayudó a los olímpicos, siendo una acción que, como mucho, le valió la admiración de quienes no pudieron ver con mayor sobriedad lo que realmente había sucedido.
Zeus, aunque no se retiró, fue instruido en que hay un momento en que la sabiduría es más importante que la fuerza bruta, pues, sin la ayuda de Hermes, nunca vencería a Tifón, y además tuvo que contar con un periodo de exilio en la actual Siria, cuando recuperó sus fuerzas, y con la ayuda de las Parcas para que el poderoso monstruo se debilitara.
La mitología nos enseña que medidas populistas como la de Atenea pueden incluso ser señal de valentía, pero son inocuas ante un gran mal, pues, si bien Zeus se enfrentó a Tifón por las preguntas de su hija, no fue por ellas que salió victorioso. Además, enseña que Hermes prefirió evitar enfrentarse directamente al monstruo o instigar a alguien más a hacerlo para preparar una revancha en la que Zeus pudiera tener una posibilidad real de victoria.
Finalmente, Zeus tuvo que recurrir a las Parcas para reducir los poderes de su enemigo y, sólo entonces, derrotarlo.
El escenario actual es muy similar al mito de Tifón, considerando que el mal que pretendemos combatir es inequívocamente fuerte, quizás la descripción del monstruo sirva para ilustrar lo poderoso que es el movimiento revolucionario, siendo a veces necesario retroceder y recoger los pedazos para contraatacar en un momento propicio. Obviamente algunos prefirieron hacerse pasar por Atenea, valiente e inútil ante el mal que se estaba apoderando del Olimpo, pero hay quienes conocen su verdadero papel y ven que Hermes fue quien realmente salvó a los olímpicos en ese episodio.
Hay momentos en que el heroísmo consiste en retroceder para avanzar cuando es necesario y otros en que es necesario forjar alianzas, sin embargo, lo que diferencia a un héroe de un cobarde es no renunciar, en el fondo, a sus valores.
Cuando todo parece perdido, debemos mantener la calma para recoger los pedazos y cuando tengamos oportunidad, luchar con todas nuestras fuerzas.
“Triunfan aquellos que saben cuándo brillar y cuándo esperar.” Sun Tzu – El arte de la guerra.
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Artículo publicado en la Revista Conhecimento & Cidadania Vol. IV No. 50, edición de enero de 2025 – ISSN 2764-3867
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